domingo, 19 de septiembre de 2010

Bodega La Goleta

La época septembrina de vendimia llega ofreciéndonos el fruto desangrado de la tierra que, en primerizos mostos y posteriormente en cuidados vinos, se servirán a la clientela en las tabernas y bodegas que aún perviven como reliquias del pasado. Al abrigo de la emblemática Plaza de la Campana, donde el aire curvea entre las calles Santa María de Gracia y Vargas Campos, aún navega una Goleta que desde 1952 rememora aquellos despachos de vinos que tanto proliferaron otrora como oasis de encuentro social de parroquianos y forasteros despistados que lo hallaron en su agotadora ruta -por descontado esta taberna no estará reseñada en sus guías de viaje y diversos mapas pero sí en el ideario hispalense que conoce sobradamente el percal-.

El local pertenece al edificio art decó de la calle Martín Villa, 10, cuya piel de fachada ennegrecida necesita una limpieza de cutis integral de rejuvenecimiento. Esta casa de viviendas y comercio, promovida por Gabriel Riesco y ejecutada por el arquitecto Juan José López Sáez, con proyecto de 1931 y terminación en 1933, abraza a un edificio regionalista de esquina terminado en el mítico año de 1929. La zona en cuestión es fruto de la profunda transformación producida en 1926 con la apertura y ensanche que dejara el espacio escénico del célebre Café Novedades de Sevilla -arte en los cuatro puntos cardinales-.

La taberna es de planta rectangular (3 m. de ancho x 7 m. de largo), con entrada por ambas calles, zona de ventas con mobiliario de mostrador curvado con frente de azulejos trianeros de cuenca, tapa de mostrador de madera de caoba barnizada y reposapiés de fábrica; en la parte posterior, embutidos en el muro, toneles-panderetas de distintos tipos de vinos, mobiliario auxiliar y repisas expositoras con botellas de firmas legendarias. En las paredes, zócalo alto de azulejos trianeros de cuenca. Al fondo, hornacina con bocoy y rótulo del nombre del establecimiento en letras de imprenta sobre el paramento. Entre otros detalles, un rancio espejo publicitario donde cuelga un rabo cortado en la Real Maestranza de Caballería y fotos enmarcadas de las vivencias de tan sacrosanto lugar. En la trastienda, un brevísimo almacén con una escalera para el acceso a la entreplanta que aprovecha la altura de los techos y que también sirve de almacenamiento en su parte superior.

Detengan el tiempo, entren, consuman ese rato íntimo asegurado para cavilar o charlar de lo que se tercie, y paladeen el sabor añejo de la actualidad con una buena tapita acompañada de una Cruzcampo bien fría, en clásico tirador o en botellín helado que imponen las nuevas modas, o de un vino del Condado que nos levante el ánimo, por algo los antecesores son de la estirpe tabernera manzanillera y villalbera asentada en la Sevilla de la posguerra y que, como las tiendas de montañeses allegados a esta tierra en el pasado siglo, tanta gloria gastronómica ofrecen a la ciudad. Para aliviar el gaznate con bebidas generosas -antiguamente se estilaba más la copa de machaco o de centenario, todavía algún veterano lo pide-, tomaremos el joven mosto en su tiempo, el vino blanco del Condado de Huelva, los vinos dulces naturales -el de naranja o el moscatel-, la manzanilla sanluqueña o el tinto… y para picar, la breve cocina de antes de huevos duros, tiras de bacalao o caballa entera en aceite y los inevitables altramuces, da paso hoy a cualquier variedad de montaditos, excelencias ibéricas, queso, chicharrones, arroz o garbanzos con bacalao en determinadas ocasiones; y por supuesto en la época próxima al verano, un clásico de siempre, los célebres caracoles.

Si hay un reconocimiento a nivel administrativo e institucional del patrimonio material e inmaterial de nuestra idiosincrasia que tanto hogaño se intenta preservar, protejan este bien de interés cultural con mayúsculas y denominación de origen; echen sólo un vistazo a las generaciones de las fotos que se han encargado de velar por ese espacio auténtico que, bajo el trasiego genético de los vinos más jóvenes que se añaden a los más viejos propio del sistema de criaderas y soleras, consiguen esa extraordinaria simbiosis de pasado y presente. Y cuando el ocaso avise, porque todo llega inexorablemente por ley natural, lloraremos aquel rinconcito de esa gente que regentó aquel lugar de vida; lo digo como lo siento, porque lo llevo muy adentro y porque mi prole bebe de su sangre. Mientras tanto aún continúa en uso este viejo alambique que sigue destilando esencia en la ciudad definitiva.



POST.- Con fecha 6 de junio de 2013 la vieja goleta, cansada de largas travesías, abarloó su casco al muelle de la memoria colectiva amarrando por fin su jarcia y aparejos. Sesenta y un año surcando tempestades y temperaturas extremas en los mares de los cinco continentes dan mucho de sí, historias de muchas vidas, como para anclar definitivamente su recuerdo a sangre y fuego en la tierra firme de generaciones venideras que transmitirán con orgullo su romántico pasado familiar.

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