jueves, 25 de agosto de 2011

La Plaza López Pintado


Cuando el almanaque cumple en agosto su meridiano hemos madrugado para oir in situ ese repique campanas desde el alminar más bello de Oriente y Occidente ante la salida de la Patrona de Sevilla y su Archidiócesis, cuya leyenda proclama en vieja plata de ley PER ME REGES REGNANT. Después regresamos a nuestro cuartel general estival en la otrora de nombradía y vitivinícola villa de Manzanilla -será por lo que te transmite tu gente próxima que sin ser cada vez la siento más mía-, término del fértil Condado de Huelva en el antiguo Reino de Sevilla. Aquí en estas fechas, cómo no también hay fiestas, las del patrón San Roque y de la Virgen de la Victoria con sus correspondientes procesiones además de otros actos lúdicos como la suelta de vaquillas o los toros-fuego.


Hete aquí que, casualidades de la vida que le buscan quitarle el nudo al hatillo de los recuerdos para acariciarlos de nuevo, cuando la procesión volvía a su ermita por la calle Villalba detuvo el vuelo esa paloma de la antigua plaza López Pintado ante la representación de la hermandad filial del Rocío de Manzanilla a los sones de Alma de Dios, interpretados magistralmente por una gaita rociera y un tamboril en el acompañamiento musical del paso del patrón, y de seguida a los acordes de la marcha Rocío de M. Vidrié por la banda del paso virgen. Cerraba los ojos, en brazos mi hijo pequeño, y recreaba a finales de los años setenta una recoleta plazuela sevillana de mi memoria con nombre de ilustre marino, una vez realizada la estación de penitencia de la niñez, cómo la memorable banda del Arahal con sus antiguos xilófonos levantaba los mismos aplausos -idéntico pellizco en el espíritu- con el misterio de la Redención y el instante que la Dolorosa del Rocío entraba en su iglesia con ese solo de flauta travesera y tambor ya vencido el Lunes Santo. Rocío del Cielo en estado puro, desde el vuelo penitencial al glorioso o letífico.



Dentro del extenso repertorio de las marchas procesionales, Alma de Dios ha sido una partitura que vuelve a cobrar protagonismo tras pasar un periodo de postración en los años ochenta -llegó incluso a ser censurada su interpretación- por sus metálicos xilófonos y aires de sardana que la semejaban inapropiada para Semana Santa. Más de un disgusto le costó autorizar tocarla como fiscal de paso cristo a un inveterado cofrade de la Candelaria, ejemplo de bonhomía, que me enseñó los primeros vericuetos en este mundo de las cofradías: D. Manuel Campos, y que Dios lo tendrá arriba fijo en su junta de gobierno. Y busco la mirada retrospectiva en su esposa Mercedes -tata de hecho de mi padre y mía siempre en lo afectivo-, hija en tiempo del sacristán de la iglesia de Santiago, que ayudaba a combatir la necesidad de mi abuela en esa casa de vecinos de propiedad ducal al fondo de la plazoleta donde hoy, recordada la estampa, emerge gallarda un cadena hotelera de lujo con continuo trasiego de maletas de Louis Vuitton en contraposición a esa gente que salía del portal a ganarse el pan con lo puesto y lavaba su escasa muda en la pila colectiva. No todo tiempo pasado fue mejor.



Como verán una catarata de recuerdos, experiencias, anécdotas y personas en muchos casos inconexas pero todas ellas relacionadas que me aparecen hoy -en vez de evadirme a esa paradisíaca playa con la que está cayendo- en este archivo de la memoria más protocolizado que ni apple. Sencillamente la vida con sus caminos inescrutables. Alma de Dios y Rocío, bandas sonoras de esa plaza empedrada de la sevillanísima calle Santiago, reverberaron a las puertas de la casa-hermandad rociera de Manzanilla y nos transportaron a esa patria idealizada de la infancia donde más de uno añora su regreso a través de esos hilos invisibles que lo conectan todo. Tan lejos y tan cerca.




martes, 9 de agosto de 2011

Romeros

Esta vez trocamos la capa de arena fina del litoral por otra más densa, el salitre de la mar por la retama interior, las viñas, los pinares y el eucaliptal jalonando nuestra senda. Como cada año, y ya vienen siendo algunos, cumplimos el ritual consuetudienario del primer sábado de agosto cuando unos cuantos iniciamos nuestro caminar a las 23.00 h. desde Manzanilla hasta la aldea del Rocío para completar casi cuarenta kilómetros y alcanzar la ermita junto a la marisma sobre las 8.00 h. con el sol desperezándose.

Este arduo peregrinaje a pie con un palo de eucalipto coronado con una mata de romero da para mucho, un rato de grata convivencia que supera cualquier fatiga -si no está el remolque atrás que atiende la debilidad-; en una noche en el camino se habla de lo cotidiano, de lo difícil que lo tienen la gente del campo, de los vinos del Condado, del fútbol, del cante y los artistas, de caballos y galgos, de la economía, de la familia, … de lo humano y lo divino, hasta te da lugar en esa calma estrellada de la noche a ordenar una mijita tus ideas de lo recorrido y a dónde quieres llegar en lo que nos falta. Puro ciclo vital.

Cuando nos hemos querido dar cuenta el amanecer nos acaricia la cara ya mudada por el cansancio pero feliz por lo logrado. Niebla nos ha acompañado el último tramo desde Almonte para concelebrar nuestro gozo ante los ojos de Ella. La reflexión es bien sencilla, ¿sería tan complicado trasladar estas vivencias compartidas a la vida real?, si en definitiva al cajón de pino nos iremos desprovistos de todo. Una noche en el camino da para mucho, incluso para retratar una vida.