viernes, 1 de noviembre de 2019

Torres miradores


"...Cuando se empieza a vislumbrar desde lejos los altos miradores y los altos pináculos de cerámica vidriada que adornan los pretiles de las azoteas, estas aéreas estructuras, fundiéndose a veces con el lejano brillo de las olas, producen el efecto de una ilusión mágica..."
José María Blanco White al ver Cádiz desde el mar. 1794.


Si hay un elemento arquitectónico característico en el paisaje gaditano es, sin margen a la duda, esta centinela de la mar, la atenta mirada de su torre mirador: vigía, guarda y custodia de su historia principalmente en el siglo XVIII cuando las casas de comerciantes vivían su mayor esplendor.


En el Museo de las Cortes ubicado junto al Oratorio de San Felipe Neri se puede observar una maqueta de Cádiz de 1777 -realizada en ébano, plata y marfil- donde aparecen hasta 160 torres miradores, actualmente existen catalogadas 133 de ellas que se mantienen en pie. Coronaban las casas palacios de los Cargadores a Indias. La estructura arquitectónica doméstica, de piedra ostionera en sus muros, constaba de planta baja con patio marmóreo y aljibe que albergaban almacenes del propio comercio; un entresuelo con los escritorios u oficinas afines a la actividad mercantil; la primera planta noble donde estaba el alojamiento de los señores y una segunda planta para el personal de servicio, rematándose la vivienda con una azotea destinada a ocio y trabajo y nuestra torre mirador cuya misión iba destinada al control del tráfico marítimo de la bahía y de los barcos y flotas particulares de sus propietarios.


La decoración de estas torres miradores variaba según el uso de materiales polícromos, azulejos cerámicos, ladrillos, esgrafiados con motivos geométricos, etc. y clasificamos cuatro tipologías principales: de terraza, de sillón, de garita y mixta que mezcla los dos últimos tipos. La primera de estas, llamada de terraza, es de planta cuadrada y cubierta plana de azotea y pretiles; la de sillón también es cuadrada y con esa forma característica culminada con un cuerpo elevado que ocupa la mitad de la planta; la de garita, la más llamativa y más común en el paisaje, tiene un cuerpo poligonal acabado en cúpula que servía al vigía para observar sin ser visto y resguardarse de las inclemencias meterológicas; y por último la mixta que mezcla excepcionalmene el estilo de sillón con el de garita -la casa ubicada en la calle José del Toro, 12, es la única torre mirador que se conserva en la ciudad de este tipo-.


Entre las peculiaridades de Cádiz debemos mencionar capítulo aparte a La Bella Escondida, nombre curioso debido a que no es visible a pie de calle pero muy definida en las alturas y porque encierra una historia particular en su construcción: erigida en el primer tercio del siglo XVIII para que fuera admirada por la hija del propietario del palacete quien la mandó construir con la finalidad que ella, recién ingresada en el convento de clausura de la Piedad de la calle Feduchy, pudiera contemplarla y así mantener el contacto visual con la casa familiar. A diferencia de las demás, no nació de forma expresa vinculada a la mar como el resto de torres, sino a la fe. Se levantó no fundamentalmente para observar, sino necesariamente para ser observada.


Para finalizar nuestra cita también nuestro sincero homenaje a la torre Tavira, designada en 1778 torre vigía oficial del puerto de Cádiz por ser la cota más alta del casco antiguo -a 45 metros de altura sobre el nivel del mar-. Forma parte del palacio de los marqueses de Recaño y controlaba el trasiego de barcos en la bahía y el puerto gaditano. Merita su nombre al teniente de fragata, D. Antonio Tavira, que fue su primer vigía. Mayestática atalaya de uso turístico en la actualidad que nos permite contemplar la tacita a 360º.


Como colofón a mis querencias andaluzas solo suscribir aquella memorable frase de Fernando Villalón en la que sentenciaba: "El mundo se divide en dos grandes partes: Sevilla y Cádiz" -epitafio que nos recordarán otras dos referencias literarias como Manuel Halcón y Antonio Burgos-, dos ciudades mucho más que complementarias, hemisferios universales que nos dan los límites y medida del mundo: Andalucía.


domingo, 7 de abril de 2019

Pregón



El cartel es un pregón en sí mismo. Domingo de Pasión. Ritual de sucesión de imágenes y Pregón de Semana Santa en el Maestranza que anunciará la gloria que ha de venir siete días después en la ciudad de las siete letras con nombre de mujer -siempre en la historia el mítico número presente- y que resucitará en el vecino coso baratillero.

La primavera en Sevilla es resurrección de la vida y además, no se puede contemplar de otro modo desde su torre alminar vigía, una fiesta de los sentidos. El incienso evanescente se tiñe de albero cruzando un río marinero que se entretiene en circunnavegar el mundo exportando su alegría, su arte y su color con un mensaje cargado siempre de Esperanza.

Todo eso y mucho más, pasen y vean, déjense llevar...

domingo, 17 de febrero de 2019

Miradas

Muero y me renuevo con el ocaso de tus días...


#Febrero #Carnaval #Cádiz #Caleta #Plataquieta #Ultramar #Constitucionalismo #CunadelaLibertad...

domingo, 10 de febrero de 2019

Dos Hermanas

En unos de mis paseos murallitas adentro me topé con un adarve en plena judería de Sevilla que tendrá cumplido post próximamente por su interés histórico. Desde ese callejón de Dos Hermanas se inicia un recorrido laberíntico que aglutina distintos núcleos de casas en varias manzanas que pertenecen al Hotel Las Casas de la Judería.

Antes atenderé a remendar un jirón de mis recuerdos que hoy volvió a desangrar mi personal imaginario. Y es que el amplio sentido del término Dos Hermanas me evoca algo más tangible, cercano, y no solo por la conocida ciudad nazarena próxima a Sevilla. A ellas, que lo saben, precisamente va dedicado este post:


Esta soleada mañana de sábado jugó un partido de baloncesto federado el equipo SAFAUR de Nervión, donde participa mi hija, en el Pabellón Ramón y Cajal de Dos Hermanas. No me resistí, estando allí, a volver a transitar por un lugar que siempre recordaré: Un piso bajo de la calle Los Molares. Cuánta toponimia relacionada con la provincia sevillana, ¿verdad?

A medida que me acercaba lo hacía con los zapatos de mi infancia, transcurrían casi tres décadas que no pisaba aquello y encontré el entorno muy cambiado -ya no estaba la lambretta o el 131 blanco en la puerta, ni el descampado trasero ni el rótulo antiguo en fondo azul y letras blancas de la calle- pero la mirada y mi latido, intactos. Me adentré en el portal, todo cerrado a cal y canto; desde la ventanita de la cocina ya no olía a caldo del puchero con yerbabuena ni a café, no asomaba por la reja la garrafa de aceitunas aliñás. El acceso al patio-lavaero comunitario también clausurado cuando antaño todo eran puertas abiertas.

Las sonrisas de mis tíos no me recibieron, faltan desde hace mucho tiempo. Él, un trabajador de Villamarín que solo procuraba el bien de quien tenía a su lado; ella, ama de casa abnegada y entregada a su familia. El exterior, similar, con persianas hasta abajo. Cómo un sitio tan humilde podía llenarme tanto, me ilusionaba cada vez que iba allí, sería porque siempre me sentí muy querido por quienes lo habitaban, ellos y mis primas que me transmitieron ese cariño y calor sin parangón con el que puedan desprender otras reputadas haciendas y casas de diseño. ¿Vivimos hacia dentro o superficialmente hacia fuera, perdemos la esencia de lo sencillo y puro?

Continué el recorrido a la casa de mi otra tía -su imagen con ropa enlutada siempre le acompañó de por vida- a una manzana de distancia, las nuevas urbanizaciones arrasaron con el recuerdo de aquella vivienda de arquitectura popular con patio, pila y limonero. Desgraciadamente en la actualidad los que recogemos el testigo de lo descrito vivimos muy “alejados” pero existen hilos invisibles que siempre nos unirán. Y hoy ese hilo lo toqué y me arañó el alma su memoria.