miércoles, 6 de abril de 2011

Los días


Las hermandades y cofradías transmutáronse a lo largo del tiempo con la propia evolución de la Semana Santa. No se entiende completamente la historia de la ciudad hispalense sin su Semana Santa y viceversa. La nómina de hermandades procesionales que hunde sus raíces en el légamo de más de seis siglos de trayectoria histórica, fue moldeando los días hasta su configuración actual. Entrada la Cuaresma, rito de la ceniza de palmas y ramas de olivos que formulan los cuarenta días de preparación espiritual hasta la fecha de autos, los acontecimientos cofrades se precipitan: últimos ensayos de las cuadrillas de costaleros, papeletas de sitio, afluencia de personas en torno a iglesias y casas de hermandad, cultos, conciertos, pregones y exaltaciones, confección de túnicas y recogida de capirotes, el montaje de sillas y palcos acotan el lugar por donde nos inundará desbordado un río de luz y colorido, de contraluces y sombras, mudás, preparativos de los pasos, plata recién limpiada, cera fundida, las torrijas y otros dulces conventuales, nazarenitos de caramelo y miniaturas de pasos apostados en las vitrinas de los escaparates, el calendario cofrade de las tabernas y comercios consume sus días para alcanzar el Domingo de Ramos, el brote del azahar perfuma las plazas céntricas, en definitiva se cumple la máxima cuando se iniciara el Quinario al Señor de Sevilla en los primeros días del año: ya huele a incienso, ya huele a Semana Santa…

La idea de una celebración que comenzara sus desfiles procesionales el propio Domingo de Ramos se vio sobrepasada por la creación de nuevas corporaciones que aspiran a engrosar en un futuro la lista de hermandades de Semana Santa que realizan Estación de Penitencia a la Santa Iglesia Catedral Metropolitana -circunstancia cada vez más complicada por la notable concentración de las mismas en los distintos días de la Semana Mayor-. Desde el Viernes de Dolores y hasta el Sábado de Pasión ya distintas procesiones denominadas de Vísperas, procedentes de limítrofes e incluso céntricos barrios, con nazarenos aun algunas, se suceden a lo largo y ancho de la epidermis de la ciudad, como antesala de los días grandes que nos quedan por vivir.

Se estrena fecha como se renueva el alma, aunque para la que corona la Giganta siempre es Domingo de Ramos en el bronce de su palma. La mañana dominical evoca la llamada de la progenie, revisión de pasado y de futuro, día de nervios y expectativas, de encuentros con lugares y personas, día que se pinta siempre de dorado y añil, con la majestuosidad del sol y un fondo purísima. Procesiones de palmas, visitas a las iglesias para ver los pasos montados, tarde de estreno. El pueblo toma la ciudad. La riada de blancura vendrá desde la rampa del Salvador, el Porvenir, los Terceros o San Juan de la Palma. Lo completan sustantivos de peso: Estrella, Amargura, Amor.

El Lunes Santo es un día de más sosiego, para paladear, tras el alborozo tumultuoso de la jornada anterior. Fiesta en los barrios, en Triana por el Barrio León, el Tiro de Línea y el Polígono San Pablo, y mucho ambiente en las plazas céntricas como la de la Redención -antigua López Pintado-, San Andrés, por el Arenal o en las proximidades de la Puerta Real. Caluroso recibimiento al día de nuestra Semana Mayor que se constituyera en 1923.

En la jornada de Martes dejad perderme en la multitud de los barrios de la Calzá o del Cerro del Águila, contemplar por la angostura de la calle Águilas como un palio puede traspasar una puerta ojival aún más breve, mirar la serenidad de la Buena Muerte del Cristo universitario o Aquel que ruega por nuestras Almas, oír un suspiro candelario por los jardines de Murillo y paladear la cofradía con dulce nombre que nos viene de la plaza de San Lorenzo, para finalizar paseando, vencida la noche, entre los naranjos del barrio que goza más popularidad entre los turistas -Santa Cruz-.

Seis crucificados nada menos procesionan en este día de melancolía -Miércoles Santo-, por lo que se va dejando atrás, y de expectación, por lo que aún ha de venir. Desde el barrio de Nervión vendrá el primero, pasando por San Bernardo, Buen Fin, Lanzada en San Martín, Cristo de Burgos y el Calvario de las Siete Palabras.

Dicen que hay tres días que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Mantilla de gala, visitas de sagrarios y santos oficios. Expectación de día grande. Hondura de historia latente de siglos en las cofradías que resumen, entre otros detalles, la estratificación de las capas sociales al servicio del fin piadoso, desde el origen más modesto, la que agrupaba a la antigua de los negros, a las de corte aristocrático como otrora la Exaltación, la Quinta Angustia o Pasión. Expuesto el Santísimo, la visita a siete monumentos -catedralicio, parroquiales o íntimos conventuales- como canoniza la tradición se compaginará con el deleite de las cofradías que llenarán de luz el centro histórico.

Y llegó la fecha marcada, más bien las horas señalaítas de la Semana Santa más loada, como la filigrana artística repleta de hondura que compusieran la letra de Rafael de León y Clavero y musicaran Manuel Pareja Obregón y Beltrán por sevillanas:

Sevilla tiene una cosa
que sólo tiene Sevilla.
Luna, sol, flor y mantilla
una risa y una pena
y la Virgen Macarena,
que también es de Sevilla.
Y tiene además Sevilla
un tesoro a cada orilla:
La Giralda y sus campanas,
la Esperanza de Triana,
que también es de Sevilla.
Y Sevilla por tener,
tiene la gloria en su mano:
a Jesús del Gran Poder,
que también es sevillano.

La Madrugada más larga en la noche más hermosa. ¿Y ese amanecer de vencejos? Los contrastes. Silencio y júbilo. El momento de las míticas hermandades, santo y seña del evangelio sevillano. Esparto y ruán para Silencio, Gran Poder y Calvario; terciopelo y capa para Macarena, Triana y Gitanos.


La tarde del Viernes Santo es el espacio y el tiempo de las cofradías románticas. No hay tregua después de una intensa madrugada. Desde el Zurraque o la calle Castilla del barrio trianero hasta las hermandades de la Carretería del Arenal, la de la capilla de Montserrat en San Pablo y la vecina de San Buenaventura, para concluir cayendo la oscuridad de la noche en San Isidoro y el cortejo de la Mortaja de Cristo.

Finalmente la semana se nos escurre entre las manos. La sobriedad en los cortejos del Sábado Santo, estrenado procesionalmente en 1956, contrasta con la alegría de la Esperanza que nos viene de la Ronda Histórica. Consummatum est en San Lorenzo cuando el reloj de la torre marque las 0.00 horas.

Todo tiene su final, y un final venturoso, como el mensaje de Dios, aunque cause cierto hálito de pérdida por lo vivido. Siempre nos quedará la Esperanza. El Cachorro baja de las alturas para ser expuesto en besapiés allá por la calle Castilla. De la Campana nos vamos sin solución de continuidad a la Real Maestranza esperando otra resurrección artística. Las calles recuperan su calma, ya queda menos pa el año viene.

Esta manifestación social total cautiva por encima de ideologías. Sin abandonar el significado religioso de la tradición cristiana que origina esta celebración, la Semana Santa es uno de los elementos más relevantes de nuestro Patrimonio Cultural. Escrutada por múltiples disciplinas artísticas y declamada inimitablemente por la lírica de sus ilustres hijos -Montesinos, Cernuda, Romero Murube, Núñez de Herrera, Caro Romero, Burgos, muchos otros…-, en su seno o en la lejanía, la Semana Santa es el rito y la regla, la sangre y la memoria, la que te hiere siempre por el camino más corto, la búsqueda del tiempo sin tiempo del niño, la presencia de Dios en la ciudad mágica, la vieja Hispalis ensimismada, paradoja de la contradicción: esquiva y acogedora, dual, profunda y preñada de contrastes, mas siempre en el deseo de mostrarse, la que alcanzando marzo al mes de abril, y mira que tiene historia, siempre aparece joven y renovada. La Semana Santa es íntima unión de sentimiento y espacio, en ella está inmersa toda la historia de la eterna metrópoli, en suma es la vida en una semana, los sietes días que el gran pájaro morado cruza el cielo de Sevilla. Pasen a contemplar su alma.

sábado, 2 de abril de 2011

Semblanza histórica

La Semana Santa significa, más allá de su carácter religioso, la explosión de los sentidos, la plástica de una ciudad que se abre en flor al compás de la primavera, la Magna Fiesta de las fiestas, ese áscua latente de recuerdos que reposa en el corazón de cada sevillano; las cuentas de un rosario con su eslabón de tradiciones que anuda generaciones, atrapa a la nostalgia en su añoranza por los seres queridos y los momentos vividos -la patria de la infancia-, y deshoja páginas al almanaque ante la ilusionada espera que finalmente llega, queda y pasa como se acerca la Cruz de Guía y vemos alejarse el paso de palio, como la vida misma in ictu oculi. La ciudad de María Santísima abre sus puertas del teatro de los sueños para no dejar a nadie indiferente.

La rememoración histórica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo tiene su celebración en el calendario con la Pascua judía, el primer plenilunio tras el equinoccio primaveral. La aparición y consolidación de hermandades -de origen étnico, gremial, etc.- cuya finalidad radicaba en rendir culto a una Sagrada Imagen surge entre los siglos XIV-XVI -existían otras corporaciones hospitalarias con carácter asistencial o de beneficiencia a enfermos y desvalidos-. Podrían distinguirse en ellas hermanos de luz y hermanos de sangre o disciplinantes. Sus actos religiosos se limitaban en Semana Santa a celebraciones de Via Crucis a determinados puntos como ermitas, humilladeros o las inmediaciones del Hospital de San Lázaro. Fue destacado, junto a otras prácticas penitenciales en otras zonas de la ciudad, el Via Crucis que constituyera en 1521 D. Fadrique Enríquez de Ribera, I Marqués de Tarifa, después de un viaje a Tierra Santa. Este ejercicio sacro, que pretendía emular la distancia que Jesús caminó con la Cruz al hombro desde el Pretorio hasta el Monte Calvario donde fue crucificado, partía desde su residencia en el Palacio de los Adelantados -llamada popularmente Casa de Pilatos- hasta un pilar de la Huerta de los Ángeles, posteriormente ampliado en el siglo XVII al humilladero sito junto al acueducto o caños de Carmona -el conocido Templete de la Cruz del Campo-. Inicialmente se recorrían doce estaciones piadosas, ampliadas luego a catorce para obtener las indulgencias de Roma. El cardenal Niño de Guevara unificó en 1604 los itinerarios de las hermandades de Sevilla preceptuándose la estación penitencial a la Santa Iglesia Catedral, salvo las hermandades trianeras que lo harían a la Real Parroquia de Santa Ana sita en el arrabal trianero -hasta 1830 no cruzaría el río la primera hermandad, la de la O, para acudir al Templo Metropolitano-; también fijáronse los días y horarios atendiendo al criterio de antigüedad de las propias corporaciones.

Hoy concebimos la Semana Santa con el marcado influjo y carácter que le proporcionó en su faceta estética la etapa barroca. Al socaire aún de los metales preciosos procedentes de las Indias, el Siglo de Oro de las artes nos legó, entre otras magnificencias y visiones vitales contradictorias, una huella patrimonial que aún recreamos: la Semana Santa. Los cánones artísticos de Martínez Montañés, Juan de Mesa, José de Arce, Andrés y Francisco de Ocampo, Francisco A. Gijón y otros talleres prolíficos como el de Pedro Roldán, quedarán indelebles para nuestra imaginería y talla procesional que siguen cautivando hogaño el centro de las miradas de los que contemplamos su presencia por cualquier calle sevillana al albor de la primavera.


El adoctrinamiento de Trento y postulados de la Contrarreforma que promovieron el culto público a las imágenes un siglo atrás se ve reforzado en el Barroco. Aunque anteriormente las primeras devociones surgieron en torno al Crucificado -aun procesiona la imagen goticista de Vera Cruz, remembranza medieval de otra Pasión del siglo XV-, el esplendor comunicativo vino con el Nazareno -grandes iconos de devoción como el Señor de Pasión, Nuestro Padre Jesús Nazareno o Jesús del Gran Poder- convirtiendo más humana/cercana la relación personal con el devoto, y uniéndose también la figura de la Virgen Madre, debido al fuerte antropocentrismo de la cultura andaluza que otorga un significado distinto a otros lares. Contrastes de luto y color, la muerte por la vida…y la Esperanza, la pena por la alegría, patetismo por gozo emocional.

Tras el letargo dieciochesco llegó el fenómeno romántico, la importancia creciente del turismo atraído por nuestras costumbres -la celebración de la Feria de Abril y los toros completaban una excelsa oferta de ocio de las fiestas primaverales hispalenses-, la instalación de la corte de los Montpensier en Sevilla, la incentivación del Consistorio hispalense a las hermandades para que oficiaran sus salidas, son varios factores que revitalizarán la Semana Santa con la potenciación y reorganización de cofradías. Propició el cambio fundamental que se consolidará en la siguiente centuria en lo que se refiere a aspectos formales de la Semana Santa -la estructura, iluminación y exorno floral de los pasos, las túnicas de nazarenos, la definición de los cortejos, el patrimonio musical, etc.-. El bordado será una de las disciplinas artísticas que más se reafirmen a fuer de nombres propios en su cometido: las hermanas Josefa y Ana Antúnez, Teresa del Castillo o Patrocinio López, hasta la irrupción del promotor de los grandes cambios a cargo de la figura de Juan Manuel Rodríguez Ojeda con sus planteamientos ornamentales en los pasos de palio y los mantos de las Dolorosas sevillanas.

El modernismo de las primeras décadas del XX reinventa definitivamente la Semana Santa que hoy disfrutamos. Cristaliza el carácter popular de la fiesta. Nombres que llenan épocas: el anteriormente citado Rodríguez Ojeda precursor del llamado estilo juanmanuelino en el bordado, ajuar y exorno, testigo recogido por otros maestros como Carrasquilla, Olmo, Victoria Caro, y Esperanza Elena Caro hasta el terciopelo e hilo de oro de los actuales; grandes diseñadores como Joaquín Castilla, Juan Miguel Sánchez y Cayetano González, también conspicuo representante de la orfebrería, junto a Fernando Marmolejo Camargo, entre otros talleres que marcarán estilo, más los que hoy repujan con acertada brillantez; en el apartado musical la consolidación del grito desgarrado de la hiriente saeta -donde los principales intérpretes del cante jondo en la llamada Edad de Oro del Flamenco ofrecerán su quejío hecho oración a las imágenes sacras a la par de la voz anónima del pueblo- y las creaciones musicales de los Font de Anta, López Farfán, Gómez Zarzuela, Antonio Pantión, Gámez Laserna, Pedro Braña, Pedro Morales, Abel Moreno, ya puro clasicismo de las marchas cofradieras, sonarán tras los pasos; por último el estilo neobarroco será el que se impondrá mayoritariamente en la talla de canastos y respiraderos de las andas procesionales donde destacarán figuras como la de Manuel Guzmán Bejarano; y esa línea neobarroca también será continuada en las creaciones imagineras de Cristos y Dolorosas: en las que la prolífica actividad de Antonio Castillo Lastrucci y sus composiciones de los pasos de misterio aportarán una novedosa visión a la Semana Santa, proseguida escultóricamente por artistas como Illanes, Sebastián Santos, el personalísimo y vanguardista Ortega Bru, Buiza y Álvarez Duarte, entre otros lúcidos imagineros que culminan nuestros días -Miñarro, Navarro Arteaga, Aguado…-. Otra disciplina importante que ha cobrado relevancia en nuestro tiempo ha sido la faceta restauradora, sobremanera del IAPH, que propicia una correcta conservación de los enseres y obras de arte que conforman el patrimonio de las cofradías, conscientes de la labor preventiva que deben acometer. No olvidemos, por último, el mundo del martillo y del costal mandados por sagas y nombres venerables -los Ariza, los Bejarano, Salvador Dorado el Penitente, Rafael Franco, los Santiago, los Villanueva…-, cuya revolución a partir de 1973 vislumbró el cambio del profesionalismo de los gallegos y cargadores del muelle de antaño a las cuadrillas de hermanos costaleros que en la actualidad marcan los cánones, chicotá a chicotá, de cómo debe andar un paso por las calles llevando al Hijo de Dios o a la grandeza estética de su Madre bajo palio.

A pesar de otras opiniones fatalistas vivimos una etapa álgida, partimos del aserto que mucha esencia fue aquilatada por los períodos de decadencia que preservó con los escasos cambios el patrimonio heredado y fue enriquecida por otros tiempos de bonanza económica. Los medios de comunicación han contribuido notablemente a este fenómeno de masas en las últimas dos décadas de transición al nuevo siglo XXI; no puede haber más gente en cada revirá -y haciendo fotos con los móviles en su cangrejeo delante de los pasos-, más paciencia para igualar en la cuadrilla de sus sueños, más bandas ensayando todo el año, más nazarenos en los cortejos, más abonados en las sillas a pesar de momentos de crisis económica -contémplese pronto una revisión de la carrera oficial-, más prohermandades por recorrerla -sí que las hay y muchas a la espera-, más democracia e igualdad en las cofradías, más profesionales dedicándose a tiempo completo a este mundillo cofradiero, más hermosura por las calles, en definitiva más vida en primavera.

Desde 1955 el órgano de representación de los intereses comunes de las corporaciones sevillanas lo ostenta el Consejo General de Hermandades y Cofradías. En éste se agrupan las hermandades sacramentales, de gloria y de penitencia de la ciudad de Sevilla. En consenso con ambos Cabildos civil y religioso, el Ayuntamiento sevillano y el Catedralicio Metropolitano, fijan los horarios oficiales de las procesiones, también el Consejo gestiona las sillas y palcos que se colocan en la carrera oficial -Campana, Sierpes, Plaza de San Francisco, Avenida de la Constitución, Plaza Virgen de los Reyes-, organizan el Vía Crucis de Cuaresma, el Pregón de la Semana Santa, realizan jornadas, cursos y publicaciones periódicas, entre otras múltiples funciones y actividades, etc.
La atracción turística que, no sólo por la subyugante oferta histórica y monumental de la ciudad, produce este teatro pasionista -a ver quién ofrece en la industria cultural de las artes escénicas este espectáculo gratuito durante siete días ininterrumpidos- motiva la máxima ocupación hotelera en estas fechas y los cuantiosos réditos del sector de la hostelería -bares, restaurantes y otros establecimientos- como gran inyección de ingresos. También desde el punto de vista económico no debemos soslayar la cantidad de oficios y profesiones -léase imaginería, bordados, orfebrería, carpintería y talla, dorado, confección de túnicas de nazarenos, bandas de música, flores, cera, …- que giran en torno a esta magna celebración y que de forma permanente son otra fuente de producción, generación de riqueza y puestos de trabajo. No sólo producen sus obras para Sevilla sino que extienden su operatividad a todo el territorio nacional, ya que el modelo sevillano es la referencia imperante para otras semanas santas, andaluza y nacional, aunque se conserven notables especificidades en otras zonas.