Llegó el período estival con las vacaciones soñadas por los niños… y los no tan jóvenes. Etapa que nos traslada al tiempo sin tiempo de la niñez. En esta víspera de San Juan rindo homenaje a un poeta que pude conocer en profundidad a través del estudio biográfico de Rivero Taravillo en dos volúmenes (Años españoles y Años de exilio) que nos pormenoriza la personalidad tan compleja como creativa del sevillano Luis Cernuda Bidón (1902-1963).
Sus años de infancia y adolescencia sevillana, su periplo universitario y la relación controvertida con los compañeros literatos de Generación del 27, su estancia en Madrid, enseñanza en Francia, las misiones pedagógicas por las distintas regiones españolas, la guerra civil y el bando republicano, y su salida de España en 1938 para nunca jamás regresar en una vida errante que le llevó por Reino Unido, EE.UU. y su última etapa en México donde reposan sus restos.
Un soñador con luz primera en las céntricas calles Acetres y del Aire,
intramuros de la ciudad que tanto amó como despreció; atávico, de carácter
dificilísimo pero con una sensibilidad exquisita que le llevó a entregar su
vida de pleno a la creatividad poética.
Su libro de poemas en prosa Ocnos (3ª edición ampliada, México, 1963) refleja en uno de sus
pasajes, El Tiempo, esta reflexión
que hoy me invade y que nuestro dandy personaje recién salido de Savile Row supo
plasmar sutilmente como pocos:
“Llega un momento en la vida cuando el tiempo
nos alcanza (…) a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a
contar con él (…) ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas
son entonces cifras de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un
niño? (…)”
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