Cuarenta días para el Domingo luminoso como el que pregona aquel vástago penitente que luce la Giganta en el bronce de su palma. Ella es la Fe inmarcesible que grita a los cuatro vientos del cielo sevillano.
Tiempo de reflexión, de preparación del espíritu y de transformación.
Disfrutemos este tempus fugit, que indefectible se nos escapa in ictu oculi, pero que deja un poso de deleite para los sentidos: la luz dorada en las candelerías, el sabor a melaza del obrador conventual, la seductora caricia de la Esperanza por lo que ha de llegar, la nota interior de su sinfonía cofradiera, el aroma evanescente de sus céntricas plazas. Y Dios.
Atravesemos el cancel que araña la memoria sin olvidar quia pulvis es et in pulverem reverteris. El tiempo y la ciudad.
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